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El tutor es la persona que acompaña al residente en su formación: enseña conocimientos y forma en habilidades, pero su papel fundamental es la transmisión de valores, es “un modelo” de profesional ante su residente. 

En el caso de nuestra especialidad la pareja tutor-residente establece una relación con características muy especiales: comienza de forma estrecha en el primer año, se “distancia “ de alguna manera durante los dos años siguientes y vuelven definitivamente a ser inseparables durante en el cuarto año.

A lo largo de la residencia el tutor evalúa al residente de forma activa y continuada, detectando conjuntamente las áreas de mejora para finalmente certificar ante la sociedad que el residente es apto para ejercer como especialista. Además, en muchas ocasiones actuará como facilitador y se relacionará con otros colaboradores docentes.
Este proceso requiere unas habilidades de comunicación que, como en cualquier relación humana, dependen tanto de las características de cada uno de ellos, de su “momento vital” y del entono donde se producen.

Lo más frecuente es que la experiencia de esta relación sea satisfactoria para ambos. Pero, en ocasiones nos encontramos con un “residente difícil”. El residente difícil no es tanto el residente diferente al resto por sus características personales, de salud, personalidad, incluso de bajos conocimientos o aptitudes…como aquel que, con todo o parte de eso, nos genera un conflicto. 

En este caso el tutor se encuentra en una situación un tanto complicada donde debe desarrollar al máximo sus habilidades: manejar sus propios sentimientos, ser asertivo y a la vez empático, conocer la normativa legal a la hora de evaluar y proponer alternativas, etc ....
Ofrecemos en el taller la posibilidad de proceder de una forma relativamente estructurada que le ayuden a realizar su labor con el mínimo desgaste profesional y personal posible.